martes, 22 de diciembre de 2015

Paths of Glory (1957)

Ninguna nominación al Oscar.

Stanley Kubrick con esta obra maestra se hizo conocido. Se basó en la novela homónima de Humphrey Cobb y dirigió la película de una manera inmejorable. Marcó un hito en las películas bélicas. Y es que su modo de contar la historia de la primera Guerra Mundial de una manera tan convincente, nos mostró los sentimientos y emociones de los soldados y oficiales, desnudando el alma de aquellos seres de traje verde y armamentos. 

La historia nos traslada a la Francia del año 1916, en plena guerra contra Alemania. El General Paul Mireau (George Macready) es convencido de atacar a la zona "el hormiguero", donde estaba el ejercito alemán. A pesar de saber que iban a morir millones de sus soldados, aceptó el reto por honor, por el estúpido honor y prestigio. Era algo casi imposible de alcanzar, pero estaba más que claro que la vida de los seres humanos, de sus propios compatriotas, le interesaba un carajo. El Coronel Dax (Kirk Douglas, de sobresaliente actuación) es puesto a cargo del ejercito, por ordenes del general Mireau. En plena guerra este intenta avanzar pero ve que su ejercito es diezmado y que los pocos sobrevivientes empiezan la retirada. Al saber esto, el general Mireau decide mandar a matar a sus hombres, a lo que los oficiales de más bajo mando deciden no obedecer debido a la responsabilidad que significaba. El general Mireau no contento con esto decide mandar a juicio a tres soldados por presunta cobardía. La escena del fusilamiento fue terrible, horrorosamente perfecta, desde la pantalla se podía sentir el miedo a la muerte que sentían los tres soldados. La escena se asemejaba a la crucifixión de Cristo junto a los dos criminales que rogaban por sus vidas, igual que ellos los soldados no tuvieron motivo alguno para ser asesinados, ¿cobardía? ¿que podían hacer dos hombres contra todo un ejercito? ¿Tomarlo como ejemplo para que los demás soldados se lo tomen en serio... y las vidas de seres humanos inocentes acaso no vale nada? Millones de interrogantes nacen de esta escena. El final es estupendo, maravilloso, una delicia: los soldados francés bebiendo alcohol en un bar, tratándose de olvidar del infierno que están pasando, ven a una alemana rehén (Christiane Kubrick) que es obligada a cantar, esta canta en su idioma y ellos se dejan cautivar con su maravillosa voz y al no saber el idioma solo se limitan a tararear, demostrando que el arte sobrepasa las fronteras, demostrando que esos minutos fueron sagrados y necesarios para sentirse humanos de nuevo, no máquinas para matar y morir.

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