lunes, 3 de abril de 2017

La ciudad y los perros (1985)

Ninguna nominacion al Oscar.

“¿Qué me mira cadete? ¿Quiere una fotografía mía, calato?”, aquella inolvidable frase, aparte de ser una de las citas más celebres del cine peruano es una perfecta muestra del criollismo limeño el cual goza de un extenso puñado de expresiones llenas de jergas y lisuras y sobretodo mucha pendejada. En Perú a diferencia de cualquier país latino el significado de ser pendejo es totalmente opuesto: el pendejo es el más vivo, aquel que puede salir airoso en situaciones difíciles, tiene facilidad de palabra y derrocha actitud y frescura. 

Pancho Lombardi alcanzó la fama y el reconocimiento en el mundo del cine gracias a La Ciudad y Los Perros, una película dirigida por él y basada en la novela del Nobel Mario Vargas Llosa. Es innegable que en cuestiones de efectos especiales y montaje esta película deja mucho que desear -no hay que echarle la culpa al director ni al bajo presupuesto de la producción- pero el sólido guion y el espectacular elenco logran contrarrestar estas falencias y mostrarnos un producto de lujo, una experiencia de aquellas. 

El guion de la película no se enfocó en la relación amorosa del poeta con la chola pobre que vive debajo del puente en Lince (cito tal cual, o algo por el estilo, como está escrito en la novela); todo lo contrario, el eje principal es el colegio Leoncio Prado, un colegio militar en donde los alumnos ingresaban por dos cosas: o porque eran incontrolables para los padres o para cambiar su carácter y evitar que sean homosexuales. Diversos temas se tocan aquí: corrupción, falta de ética, falta de valores y sobretodo el ideal de todo quien que piensa en cambiar todo pero es detenido tanto por el sistema como por el resto de sus semejantes. Por cierto y para concluir, ¿quién mató al esclavo?

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